En la zona de Milán, rio abajo por el Igará Paraná en la chorrera, Amazonas continúan aun viviendo los sobrevivientes de una de la peores tragedias en la historia del hombre.

A finales del siglo XlX los denominados cauchero se apoderaron de toda esta aérea al sudeste de Colombia con el solito propósito de extraer el ‘caucho’, el material del que se hacen los neumáticos. Para ese entonces este material movía gran parte de la economía mundial pues el automóvil estaría comenzando a ganar popularidad como un bien de uso diario, además de muchas otra invenciones como las botas y otros artículos para la casa.

El 95% de la producción mundial de caucho estuvo concentrada en la amazonia por al menos dos décadas. Al día de hoy aún se ven las cicatrices en los árboles de esa gigantesca industria, y el suelo de la región no tiene palo ni arboles sanos por el esfuerzo al que fue sometido la tierra.

La colosal producción requeriría también de una colosal mano de obra, al tratarse de un lugar tan alejado y perdido en la mitad de la nada era difícil (pero sobre todo costo) traer maquinaria. Las leyes de la época, la falta de consciencia, el subdesarrollo humano llevó entonces a los exploradores a recurrir a la mano de obra nativa en calidad de esclavos.

Durante años, varones como Julio Cesar Arana, empresario y político peruano, construyeron infraestructura en el lugar además de contratar asalariados para que organicen a los indígenas para extraer el caucho.

El régimen era brutal, se estima que de 100.000 indígenas entre hombres, mujeres y niños que habitaban la región, solo sobrevivieron alrededor de 70 personas. Quienes no cumplían con la cuota diaria eran azotados, lanzados en calabozos, coivido de comer o dormir. Los más desfiatnes eran ahorcados en publico para instaurar miedo y avasallar aún más el alma de los indígenas.

La industria era mayoritariamente financiada por los ingleses quienes se encargaban de llevar el caucho a Iquitos en Perú o Manaos en Brasil de donde lo llevaban a Inglaterra. Se usaban indígenas no solo porque podían no pagarles y sino porque eran solo ellos quienes conocían las rutas, podían moverse por la selva sin perderse y resistir mucho tiempo en la recolectando caucho.

El calvario llegó a su fin cuando en 1910, tres décadas después del primer arribo, el comerciante Henry Wickham robó 70.000 semillas de caucho con el propósito de llevarlas a Inglaterra. Una vez ahí serian transportadas en otro barco a las colonias británicas en Asia, evitando ya tener que importarlo de América del sur y volviéndolo más económicamente favorable para los ingleses.

A mediados de los 80 finalmente se logró que se les reconocieran, a los pueblos indígenas, la propiedad de su territorio ancestral. Ahora es una zona protegida de casi 6 millones de hectáreas y lleva por nombre Resguardo Indígena Predio Putumayo.

Ahora la comunidad de la chorrera amazonas ha vuelto a darle vida al lugar. Aunque muchos afirman que se siente una energía muy pesada aun, la creación de una escuela, museos y centros culturales han permitido retomar este lugar de las horrible garras del pasado sangriento.

Los indígena de la zona siguen resistiendo a base de sus sabores ancestrales de la selva y su conocimiento sobre las planta que ellos consideran sagradas: tabaco, coca y yuca dulce. Es una vida difícil y sacrificada, a esto se le suma también la perdida cultural y tradición de parte de los más jóvenes a falta de iniciativas que permitan a ellos conocer su pasado, de transmitir ese conocimiento.  

‘’Saber quiénes somos para mantener la identidad y no olvidar lo poco que nos queda’’ – Jitoma Miyaneimo, activista indígena y descendiente de uno de los sobrevivientes del genocidio.

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