El ser humano no siempre ha tenido luz eléctrica, entonces ¿cómo era la vida antes? y ¿Qué métodos se han usado para auyentar la oscuridad?
Durante la Edad Media, la falta de alumbrado público hacía de la noche un momento de temor. Los caminos oscuros eran el territorio ideal para ladrones y maleantes, y la escasa visibilidad también suponía un peligro cotidiano: era común tropezar con obstáculos o incluso caer en ríos.
Lo que para nuestra generación actual es normal, no lo era para nuestros antepasados mucho tiempo atrás. Así que, si alguna vez te has preguntado cómo sería vivir sin luz y cómo llegamos a este punto de comodidad eléctrica, este artículo te llevará por un viaje en el tiempo en el que descubrirás esas formas de vidas tan ajenas a nuestra época.
Una vida diferente a la moderna
De acuerdo con las tradiciones y el estilo de vida de los siglos pasados que se pueden investigar en los libros de historia, podemos tener un retrato vívido de cómo se organizaba la vida diaria en ausencia de luz artificial y electrodomésticos. Al caer la noche, las calles permanecían a oscuras y, si alguien necesitaba salir, debía llevar antorchas o farolillos. Sin embargo, estos traslados eran poco frecuentes, ya que la mayoría se retiraba a dormir con el atardecer.
La ausencia de electricidad también se reflejaba en la cocina, donde no existían estufas eléctricas ni microondas. Las familias cocinaban sobre fogones rudimentarios: bloques de piedra, leña en el centro y una olla encima. Sin neveras para preservar los alimentos, la carne solía conservarse en sal, y los platillos sobrantes se guardaban en agua para que no se descompusieran.
En cuanto al entretenimiento y la comunicación, la televisión e internet estaban ausentes. Solo algunas familias disponían de radios de pilas para enterarse de las noticias. Los demás se informaban en la plaza del pueblo, donde conversaban sobre las novedades. Los teléfonos tampoco existían, por lo que las noticias sobre conocidos que vivían lejos se compartían únicamente en reuniones especiales, como bodas y funerales.
Sin dispositivos electrónicos, el entretenimiento de los niños consistía en juegos tradicionales, y a menudo debían colaborar en las tareas domésticas o en los trabajos familiares, dada la falta de comodidades modernas.
De las velas a alumbrar todas las ciudades
Las velas marcaron el primer cambio en la iluminación doméstica, aunque la luz que ofrecían era tenue y costosa. Las opciones variaban según el material: las velas de sebo, derivadas de grasa animal, desprendían un olor desagradable y una luz débil. Las velas de cera de abejas, en cambio, ofrecían una iluminación más estable, pero su alto costo las hacía inaccesibles para la mayoría. En las clases populares, la alternativa eran las “luces de junco”, hechas de tallos impregnados en grasa animal.
Sin embargo, la manipulación constante de las velas y el riesgo de incendios eran problemas comunes. Con el tiempo, las lámparas de aceite ofrecieron una luz más intensa, permitiendo reuniones y juegos durante las tardes. Pero, aunque eran un avance, resultaban caras y difíciles de mantener limpias.
A comienzos del siglo XIX, la iluminación de gas comenzó a cambiar las noches en las ciudades, animando a las personas a salir con mayor seguridad. Si bien estas luces de gas no igualaban la potencia de las lámparas eléctricas modernas, permitieron a la clase media disfrutar de actividades nocturnas como el teatro, las cenas fuera de casa y el paseo por escaparates. Así nació la “vida nocturna” tal como la conocemos hoy.
La llegada de la electricidad a finales del siglo XIX trajo un cambio sin precedentes. Con una iluminación abundante y continua, las ciudades quedaron bañadas en luz y, para 1900, la iluminación eléctrica se había convertido en el estándar urbano. Este avance extendió las actividades laborales y de ocio hasta bien entrada la noche, permitiendo eventos como partidos deportivos y proyecciones cinematográficas nocturnas.
Sin duda la evolución de la luz ha marcado un cambio radical y beneficioso para la humanidad, aumentando la calidad de vida y generando más producción humana. Pero, como nada es gratis, la sociedad actual y venidera tendrá un reto en prevenir el desastre ambiental que la generación de energía ha provocado en el planeta y la hiperconectividad que inhibe la sensibilidad natural del ser humano.