Antiguamente, los médicos olían el aliento, la orina e incluso los excrementos de los pacientes para determinar si estaban enfermos o no; y es que se dice que algunas enfermedades pueden distinguirse por su característico olor: la diabetes a manzanas podridas, la fiebre amarilla a carnicería, el tifus a pan horneado y la insuficiencia hepática a pescado crudo.

Los humanos sudamos para regular nuestra temperatura. A través de la exudación, emitimos al aire productos del metabolismo que tienen un olor característico, por lo que podría darse que, al estar enfermos, los microbios del intestino o la piel descompongan las sustancias metabolizadas en otras más olorosas.

Las investigaciones sobre un posible elemento olfativo de las enfermedades han sido constantes y algunas muy sonadas, como aquella teoría sobre el olor de la esquizofrenia -desmontada cuatro años después- que quedó reflejada en un estudio publicado en la revista Science en 1969: los investigadores aseguraron que los esquizofrénicos segregaban un olor a cuya composición denominaron TMHA (ácido trans-3-metil-2 hexenoico), aunque no pudieron replicar los resultados obtenidos más adelante.

Pero quizás uno de los casos más llamativos haya sido el de la mujer escocesa capaz de identificar el olor del párkinson, el cual, según decía, era parecido al de la madera. Sus sospechas llevaron a una química analítica, Perdita Barran, a llevar a cabo un estudio, ‘El olor de la enfermedad’, tras el que se insistió en la posibilidad de que los humanos seamos capaces de percibir el olor de las enfermedades, incluso de forma inconsciente.

Podríamos haber aprendido a identificar las enfermedades a través del olfato para sobrevivir

De acuerdo con la investigadora y su equipo, a lo largo de la evolución, las enfermedades infecciosas han sido la causa principal de muerte, por lo que podríamos haber aprendido a identificarlas a través del olfato, lo que nos ayudaría a mantenernos alejados de ellas.

Actualmente, Barran trabaja en el Instituto de Biotecnología de Manchester, desde donde trata de corroborar y profundizar en los resultados de su experimento inicial.

Otros estudios respaldan su teoría, como el realizado en 2016 que, tras observar las reacciones de un grupo de personas ante las caras y olores de otras en diferentes momentos de salud y enfermedad, descubrió que somos capaces de detectar señales faciales y olfativas de la enfermedad en otros tan solo horas después de la activación experimental de su sistema inmune, lo que pondría de manifiesto un mecanismo crucial para detectar y evaluar socialmente a los individuos enfermos.

Aunque queda mucho por investigar, un sistema capaz de detectar enfermedades en etapas más tempranas es siempre un auténtico y necesario éxito del que podrían verse especialmente beneficiados los pacientes de cáncer y lesiones cerebrales.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

WP Twitter Auto Publish Powered By : XYZScripts.com