Pintora, fotógrafa y con un sentido del gusto poco común. Una auténtica maga de la manipulación fotográfica. Pionera de su tiempo, así era Lillian Bassman, una de las primeras fotógrafas de éxito del siglo XX. De origen ucraniano y de fe judía, sus padres emigraron a los Estados Unidos antes de que ella naciera. Su infancia transcurrió entre Brooklyn y Nueva York. Estudió en la prestigiosa Escuela Textil de Manhattan donde encontró al diseñador y fotógrafo ruso Alexey Brodovitch.

A pesar de que prefería los espacios abiertos, y la luz natural sus fotografías eran todo menos casuales. Las fantasías de Lillian Bassman se gestaban más en el cuarto oscuro. Ella misma confesó que la fría noche en que retrató a la modelo Anneliese Seubert subida a un caballo, la neoyorquina Times Square “no gozaba de su chispa habitual”. Algo que la fotógrafa contrarrestó cuando puso en marcha su alquimia “con los químicos, un pincel, algodón, mis dedos, mis ojos y mi temperamento”. Entre sus muchos fans, se cuenta John Galliano, que aclamaron su regreso tras más de dos décadas de retiro.� Cuando Lillian Bassman rondaba los ochenta años de edad se redescubrió su obra. Fue entonces cuando regresó al laboratorio y se dedicó a imprimir y reinterpretar sus propios negativos que uno de sus asistentes había guardado en bolsas de plástico y escondido en el que fue su estudio.� Con 92 años, Bassman continuaba en activo tirando copias con revelados más experimentales que los que se le habían permitido publicar en Harper’s Bazaar en los años cincuenta.