Benjamin Franklin se despierta agitado, por delante le espera una intensa jornada de trabajo como embajador en el Antiguo Continente. A Franklin, que fue el primer representante de los Estados Unidos en Francia, le gustaba madrugar. Motivo por el que era normal, como aseguraba su secretario, verlo desperezarse durante la madrugada. Con la llegada de la primavera, a las 6 de la mañana, comenzaba ya a relucir el sol, por lo que tuvo una idea: Adelantar los relojes como medida de ahorro. Una hora menos de sueño, significaban una hora más de luz natural. Así fue como durante la II Guerra Mundial casi todos los estados aceptaron la ‘hora de verano’ como medida de ahorro. La primera sería Alemania, poco después de la Gran Guerra. Impuesta legalmente y a gran escala en el 2005.
Una medida de ahorro que en realidad, el tiempo a demostrado no sea del todo eficiente, por no decir contraproducente, pero mientras las grandes potencias y el sistema financiero se ponen de acuerdo, esta noche a las 2.00 serán las 3.00 con todo lo que ello supone. Una hora menos de sueño para los que se vayan a la cama temprano, 60 minutos menos de trabajo para los españoles que trabajen durante el turno de noche. Una hora menos de fiesta para los más juerguistas y una angustia constante para los despistados que mañana controlarán la hora al menos diez veces antes de fiarse de sus ojos. Normalmente los dispositivos electrónicos: teléfonos móviles, smartphones, ordenadores y relojes digitales cambian automáticamente.
Mañana es el ‘domingo de adaptación’, habrá quien llegue tarde al cine, pierda el autobús, se pierda el partido de su equipo favorito o quien simplemente dormirá hasta la hora de comer. Para los que trabajan, doble alarma. A las 2.00 serán las 3.00.